Festival de San Sebastián, edición 73: La incomodidad en el cine que nos obliga a mirar distinto.
- FERNANDA TRINIDAD

- 4 oct
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María Fernanda Trinidad H.
Seguí la ruta de películas tanto como el tiempo me lo permitió, porque entre funciones, platicas y caminatas, los días se quedan cortos para todo lo que ofrece el Festival y la misma ciudad de San Sebastián. Aquí retomo algunas de las que más me movieron, las que incomodaron, las que se disfrutaron y las que simplemente me dejaron pensando. No desde la mirada experta, sino desde la experiencia de quien se deja conquistar por el cine.
Aro Berria, de Irati Gorostidi
Comienzo por la ópera prima de Irati Gorostidi, Aro Berria, una película que nos transporta a 1978 y parte de la vida de un grupo de obreros que buscan mejorar sus condiciones y replantearse su lugar en el mundo. De entrada, suena como una historia clásica sobre la lucha obrera, o al menos eso imaginé antes de entrar a verla. No quise buscar más información previa; me gusta mantener ese efecto sorpresa que solo el cine puede provocar cuando te sientas sin saber exactamente qué esperar.
Y Aro Berria me sorprendió. No por lo que cuenta, sino por cómo lo hace. Es una película incómoda, pero no en el sentido negativo, de esas que te obligan a moverte un poco en la butaca. La historia se centra en una comunidad llamada “Familia Arcoíris”, un grupo hippie aislado en las montañas que busca vivir en armonía con la naturaleza, practicando la no violencia y el amor libre.
La incomodidad surge tanto del planteamiento de la historia, que no juzgo, pero que no comparto, hasta la manera visual en la que se presenta: planos cerrados sobre cuerpos, respiraciones intensas, sonidos guturales que funcionan como una especie de catarsis colectiva. Todo se siente crudo, real, casi ritual. Hay escenas explícitas, no tanto por el cuerpo, sino por la vulnerabilidad que estos exponen a la que yo no estoy familiarizada por lo que esas prácticas implican.
Reconozco a la directora por atreverse con un proyecto tan personal. Al finalizar la proyección, Gorostidi subió al escenario del Kursaal para el Q&A, y su presencia cerró el círculo de todo lo que acabábamos de ver con su energía fuerte, mística, casi brujil. Su mirada firme y su serenidad hacían sentir las mismas tensiones de la película.
La misteriosa mirada del flamenco, de Diego Céspedes.
Creo que fue una de las películas que más disfruté, aunque hubo momentos en los que no logré conectar del todo con el mundo que propone Diego Céspedes. No lo sentí como algo negativo, la película me obligaba a preguntarme por qué me alejaba, y luego, casi sin darme cuenta, me volvía a atraer hacia sus personajes y sus emociones. Algo que pienso que las artes en general deben tener para en realidad generar un impacto colectivo.
La misteriosa mirada del flamenco es, como su título anticipa, una mirada enigmática hacia la vida de Lidia, una niña de 11 años adoptada por Flamenco, integrante de una familia queer. Con un aire de western moderno, la historia se desarrolla en un mundo donde una enfermedad comienza a propagarse cuando un hombre se enamora de otro. Pero más allá del argumento, la película explora el amor prohibido, ese que parece rozar lo mágico, lo hechizante, y que se manifiesta a través de la mirada y la piel.
Es un relato duro, crudo, pero sin duda humano. Céspedes retrata la violencia y el odio hacia lo diferente con una honestidad que duele. La venganza, la rabia, la impotencia y la incomprensión atraviesan cada escena, mucho más presentes que la tristeza, que también flota, silenciosa, entre los personajes.
Una película que se siente incómoda, hermosa y necesaria.
Hiedra, de Ana Cristina Barragán.
Una película sobre los pedazos de identidad que quedan latentes después del trauma. Azucena, su protagonista, es una mujer de 30 años que parece detenida en el tiempo. No es una niña, pero tampoco una adulta del todo. La maternidad la alcanzó demasiado pronto, de golpe, y con la misma fuerza con la que llegó, desapareció de su vida. No fue una decisión racional, sino una herida que nunca terminó de cerrar.
Por otro lado está Julio, un joven de 17 años que creció en un orfanato, habitando la pregunta constante de quién fue su madre. Ambos personajes viven atrapados en una búsqueda que no nombran, pero que se intuye en cada gesto, en cada mirada que el otro devuelve. A los dos los une la misma pregunta desde perspectivas diferentes: ¿Seré tu hijo? ¿Seré tu madre?
Barragán coloca a los dos en una relación incómoda, donde el síndrome de Edipo flota, pero más allá del tabú, lo que propone es una exploración del cuerpo como territorio de la memoria. El cuerpo que recuerda lo que la mente reprime. El cuerpo que reacciona incluso cuando no entiende por qué.
A veces el pasado no se supera, solo se habita desde otro lugar.
Apuntes finales:
Si algo une a Aro Berria, La misteriosa mirada del flamenco y Hiedra, es la incomodidad que provocan. No una incomodidad gratuita, sino esa que nos obliga a estar presentes, a permanecer en la butaca incluso cuando quisiéramos mirar hacia otro lado e incluso levantarnos y huir de la sala de cine. Son películas que me movieron porque no buscan complacer, sino remover.
Y es que la incomodidad es parte de lo humano. Es lo que aparece cuando la rutina se vuelve monótona, cuando algo nos confronta, cuando el mundo o los otros nos resultan ajenos. Es lo que nos empuja a cuestionar, a movernos, a entendernos desde otro lugar. En ese sentido, salir de la zona de confort, incluso en el cine, está bien. Porque quiz
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