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Festival de San Sebastián 2024: una experiencia entre el cine y la memoria

  • Foto del escritor: FERNANDA TRINIDAD
    FERNANDA TRINIDAD
  • 28 ago
  • 2 Min. de lectura

Fernanda Trinidad H.


A cinco años de mi primera experiencia en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, tuve la oportunidad de regresar a una edición que, una vez más, resultó inolvidable. La primera vez que conocí Donosti, en 2018, quedé marcada por la euforia: calles llenas de vida, aplausos que acompañaban cada función y esa energía única que convierte a la ciudad en un escenario cinematográfico.


Después llegó la pandemia, y con ella el silencio. Cuando volví en 2023, encontré un San Sebastián distinto, con cicatrices visibles y una ciudad aún en proceso de recuperación. El festival mantenía su calidad y rigor, pero la atmósfera era otra: más contenida, más frágil. Sin embargo, este 2024 el reencuentro fue distinto. La 72ª edición devolvió a la ciudad el carácter festivo que siempre la ha definido: bares llenos, nuevas propuestas culturales, alfombras rojas vibrantes y la emoción de la gente esperando a las estrellas frente al Hotel María Cristina.


Entre las películas proyectadas, varias marcaron mi experiencia. La Sustancia provocó debate entre quienes la consideraron fascinante y quienes la calificaron de grotesca. Johnny Depp sorprendió con Modigliani, su segunda película como director tras The Brave (1997), un retrato poderoso del artista Amedeo Modigliani que combina música y una fotografía contundente. Paolo Sorrentino reafirmó su capacidad para hacer del cine una obra de arte con Parthenope, un relato estético y provocador que transita entre la belleza y lo perturbador.

La mirada portuguesa llegó con On Falling, de Laura Carreira, una cinta íntima que explora la rutina laboral y la sensación de soledad en un ciclo interminable. La guitarra flamenca de Yerai Cortés me transportó a un concierto en vivo gracias a un diseño sonoro impecable, mientras que Regretfully at Dawn me conmovió profundamente con su propuesta visual y emocional.


San Sebastián volvió a recordarme por qué el cine es encuentro, memoria y celebración. Esta edición fue, sin duda, una reafirmación de que el festival no solo sobrevive a los cambios del tiempo, sino que se reinventa, manteniendo intacta su esencia: la pasión por el cine y su capacidad de reunir al mundo en una misma sala oscura.


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