CAEN LOS SÁTRAPAS
- CARLOS RAMOS PADILLA

- 24 ago
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CARLOS RAMOS PADILLA
Llegan engañando, como redentores, hablando de revolución, de acabar con tiranías e imperios. Prometen bienestar, igualdad, riqueza pero llenan a su pueblos de hambre, de marginación, cojos en educación, ciegos en civismo. Mesías que se llenan los bolsillos en complicidad con grupos criminales permitiendo que sus jóvenes mueran intoxicados por drogas. Sus fortunas las esconden en paraísos fiscales mientras convencen a los miserables de su país que ellos viven igual, en la medianía, con un par de zapatos y 200 pesos en la bolsa. Viajan en secreto para no ser detectados en zonas de lujo y abundancia. Comen y beben de lo mejor y en contradicción a sus palabras, descansan en palacios.
El veredicto social, jurídico e histórico ahí está. Noriega, Castro, Kirchner, Morales, Maduro y los que siguen. Cofradías que se auto protegen en pactos anacrónicos y sin sentido sólo para perpetuarse en el poder, aprobar el nepotismo y dejar correr la corrupción. Hablan siempre del pasado, acusan a todos de todo. Mienten consistentemente. Procrean a generaciones familiares de holgazanes y vividores. Ese es su retrato. Viven negando lo que son: saqueadores.
Su activismo lo sustentan en atacar a las fuerzas armadas. Ya en el poder compran a los uniformados para someter al pueblo. Incrementan su presupuesto en armamentismo y se protegen siendo cómplices de maleantes. Atacan cotidianamente a los gobernantes (imperialistas) que reciben por millones a los expulsados de sus propios países.
Van cayendo, uno a uno pero dejando a sus pueblos en la mendicidad, ignorancia y escasa capacidad de respuesta y competencia frente a un mundo en desarrollo en tecnología y ciencia. Sus formas y métodos acaban destripándolos. Sus discursos son temerarios, explosivos, cargados de odio pero a la hora de enfrentar la realidad y su diminuto tamaño se transforman en dóciles y complacientes. La impunidad no les alcanza para colocarse en el paredón. Sus millones y millones mal habidos acaban confiscados aunque se promuevan como cándidos perseguidos por las mafias en el poder. Son insultantemente ignorantes, no conocen sus historia y se niegan a aceptarlo señalando que son “dueños de mi silencio”.
Evo Morales, acusado de tramposo y malviviente, recibió el ofrecimiento de asilo por López Obrador. Le dijo “hermano”, puso a su servicio aviones militares mexicanos y acabó el “indígena” en el mismo bote de basura que el “cara de piña”.
Maduro, el superpoderoso merolico, heredero de Chávez, aquel que hablaba con pajaritos, está en el callejón de desperdicios junto a la imagen de otro como Sadam Hussein o de otro más, como Muammar Muhammad Abu Minyar al-Gaddafi y otro más como Idi Amin Dada.
Gente que tuvo la oportunidad y recursos para engrandecer a sus naciones y las hundieron en colapsos. Hombres mujeres, niños, todos enfermos de angustia, de amargura, pero también de daños físicos irreversibles. Escuelas convertidas en centros de adoctrinamiento capaces de formar guerrilleros y sicópatas sociales. Pero van cayendo, tarde algunos, pero no se salvan.
Han permitido crímenes de lesa a humanidad mientras se burlan de organismos internacionales como la ONU, la OEA, la OMS, la OCDE.
Maltratan y persiguen a los que no hablan como ellos, con bajeza y torpeza. Quitan libertades, cancelan autonomías, desaparecen organismos públicos en tanto castigan e investigan a inversionistas privados, los acorralan y los marcan como traidores.
La historia no se equivoca, a veces otorga permisos para los excesos, pero luego cobra caro, carísimo.
No importa si se esconden en mansiones, palacios o ranchos, van por ellos, sin duda. Crean sus títeres e incondiciones, los mismos que para salvarse los traicionan, ambos, unos y otros,
son cobardes envueltos en gritos de libertad y soberanía. No se salvan, los sátrapas no se salvarán.
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