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ARRIBISTA

  • Foto del escritor: CARLOS RAMOS PADILLA
    CARLOS RAMOS PADILLA
  • 4 sept
  • 2 Min. de lectura

SE COMENTA SOLO CON


CARLOS RAMOS PADILLA


Escuché una conversación de Joaquín Lope Dóriga con uno de los representantes, Carlos Rojas, de los comuneros de Tepoztlán, Morelos, que reclaman los engaños y trampas con que Fernández Noroña se hizo “propietario” de un predio de manera irregular.


Tienen el derecho de manifestarse y exigir lo que es suyo. Lo que llama la atención es la facilidad con que algunos personajes mienten y abusan, gozan de recursos que no se han ganado y explotan a los demás.


Todo lo que ha dicho y hecho el reventador de Fernández Noroña en su tóxica participación en la política han contraído a su forma de vida, sus lujos, viajes, placeres y propiedades.


No lo digo yo, están los testimonios de muchas personas afectadas y víctimas de sus arbitrariedades.


Un sujeto que amenaza a sus opositores, se arroja al camino del vehículo presidencial, coloca toallas sanitarias a las puertas de Palacio Nacional, su moneda de entendimiento es a través de insultos y majaderías, que no respeta tribunas ni eventos, ese personaje que por negociaciones políticas (porque exigía estar en el gabinete presidencial) demostró su capacidad para degradar, gastar, demeritar, humillar y debilitar al Senado de la República presumiéndose su presidente.


Un político que sabiendo los ilícitos que practica aún trata de confrontar. La casa de Tepoztlán no tiene escrituras de propiedad, no paga impuestos y fue arrebatada a los comuneros y no puede argumentar ignorancia o sorpresa ante esto. Y si.


Quienes nos gobiernan, bajo el manto de la complicidad política y la impunidad desde el poder.


Robar, arrebatar o explotar a los humildes, a los pobres o las clases vulnerables es atentatorio moralmente sin discusión alguna.


Sentirse comunista, de izquierda radical, promotor de arengas contra los ricos o sistemas políticos que no le dan la bienvenida lo retratan tal como es, un tipo que no sabe respetar protocolos de vestimenta, de conducta y de respeto hacia los demás, menos asimismo. Queda expuesto su arribismo para propinarse de una parcela de terreno que es propiedad de una reserva protegida pero él se comporta como un perdonavidas que es capaz de exigir públicamente disculpas a aquellos que con su libre expresión le demuestran su repudio.


El grito es su herramienta protectora porque sabe que alguien o algunos le protegen políticamente. Pero él y sus cómplices están en el juicio histórico del comportamiento propio de gandallas.


Se llenan la boca hablando de la defensa de derechos y garantías constitucionales, sus discursos incendiados atacan a la mafia en el poder (no las suya, por supuesto), sus contenidos son cargados de revanchismo y amargura y su reducido y contestatario lenguaje llama a la bronca de barrio, a navajazos verbales.


Que cumplan con las fantasiosas y demagógicas propuestas de amlo: “devolver al pueblo lo robado”.

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